(Primera Parte)
Eramos tres chilenos la noche de navidad tomando cerveza junto a la parrilla, en silencio, mirando las estrellas, escuchando las risas del resto de los invitados, todos rapanuis, que como es natural estaban conversando en su lengua. De repente, un suspiro, casi al unísono, después, alguien dijo: “¡No hay como pasar estas fiestas con la familia!”, después... el silencio otra vez.

Con el correr de los días la radio fue anunciando los carretes: fiesta en el Bar El Pea, fiesta en la Caleta Hanga Piko, fiesta en el Hanga Vare Vare al lado del mar, fiesta... y así los mismos 3 chilenos fuimos sintiendo las serpentinas y cornetas en nuestros oídos y pensando que ahora sí se venía la fiesta con todo. Al trío de chilenos anhelantes se nos unió un cuarto, esta vez, un turista que venía a pasar unos días a la isla sin más expectativa que el descanso completo, pero nadie puede quedar indiferente a un magno evento como éste y también cayó en la consulta permanente de “cuál era la manera más entretenida para disfrutar año nuevo”, pregunta que a esa altura ya teníamos solucionada ¡¡¡Junto al mar, con fuegos artificiales y música toda la noche!!!

El último día del año desperté muy temprano, quería terminar todo en la mañana y concentrarme sólo en la celebración, la cual ya habíamos decidido con los participantes de ella comenzarla temprano con su correspondiente asadito (otra vez), para luego “bajar al Hanga Vare Vare”. Pero había algo raro en el ambiente, quizás porque era muy temprano no había movimiento en la calle, no habían autos como es habitual, sólo reinaba el silencio; pasaron las horas, llegó el mediodía y nada, el silencio seguía ahí, pensé que era debido a que la mayoría de la gente no vive en Hanga Roa (el pueblo), sino en la costa ( en el “UTA” como le dicen aquí) y ya habrían partido a sus hogares para la celebración, sin embargo, al poco andar me di cuenta que la verdad era otra... ( to be continued)
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