sábado, 29 de octubre de 2011

Distintas formas de disfrutar la vida


Quien lo creería, pero uno puede aprender a disfrutar y saborear la vida de maneras tan distintas, como países existan en el mapa. Algunos sólo miran, otros sólo miran a través de una cámara, otros miran por otros, otros corren, otros sólo comen sin mirar, otros miran, comen y miran otra vez, otros toman fotos todo el día y caen rendidos al anochecer. Cada uno a su ritmo, algunos con horarios prusianos y los más al son del ritmo rapanui, pero todos al final del día se llevan a la cama un cuerpo cansado, muchos recuerdos y una tremenda sonrisa en los labios.


A esta altura de mi vida creo que puedo hablar con un poco de conocimiento de los viajeros y sus formas de disfrutar, porque aunque no lo crean cada uno goza con cosas distintas. Por ejemplo, los franceses siempre cocinan, aunque sea un plato de tallarines con salsa, ellos lo hacen gourmet con alguna hojita verde por ahí, un buen vino y una mesa bien puesta. Por su parte, los australianos son de temer, beben todo el día, pero no como en Chile que es a morir, sino que para ellos el sentido de la vida es compartir una cerveza junto a una buena conversación, y para eso, tienen una resistencia casi inhumana, ¡¡¡se sientan con tres pack de cervezas y no se paran de ahí hasta que no haya más de que hablar !!! porque esperar que se paren cuando se acabe la cerveza es imposible, SIEMPRE, SIEMPRE, TIENEN MAS. 


Por su parte, los canadienses me encantan, tienen una manera tan relajada de enfrentar los viajes y las nuevas situaciones que asombran, no importa la edad que tengan, siempre andan sonrientes por la vida. Llueve y se les recomienda cambiar de planes y no les importa el clima, salen a caminar y lo disfrutan como niños, ríen de todo, de todos y de ellos. Conocí un matrimonio hace pocos días, ya tenían sus años, estaban retirados y su misión era simplemente gozar: “Ahora nuestro trabajo es disfrutar la vida”, decían. Con más de 50 años y los problemas propios de una edad avanzada, era admirable verlos todas las mañanas despedirse entre ellos, porque él iba a bucear (a veces dos veces al día) y ella lo esperaría leyendo un libro bajo el árbol de mango... ya de regreso de la experiencia submarina , junto a un café y una cerveza heladita, compartían sus experiencias, recordaban sus aventuras pasadas con un “do you remenber …?” y siempre reían.


Los italianos son otros grandes, tienen la chispa en la sangre (aunque depende de su lugar de origen), una alegría casi genética y como bonus, está el hecho que es muy fácil entenderlos, no recuerdo bien el nombre de ambos, pero un matrimonio llegó por unos días a RapaNui y fue cosa de instalarse en la terraza y comenzar a escuchar sus aventuras por el norte de Chile, ver sus fotos de Perú (conseguidas por la madre con una cámara regalada por toda la familia para la última navidad), recordar de vez en cuando a su único nieto que vive en Roma, reírse del porrazo de la señora recién llegada a la Isla y suma y sigue. Eran muy amables con todos, les encantaba compartir y además aprender nuevas cosas, principalmente sobre comida, así que cuando cenamos juntos tomaron nota del pisco sour y del pescado a la piedra... se supone que a su regreso a Italia compartirían junto a su familia un asado de pescado al estilo rapanui con un buen pisco sour chileno.



Pero lejos, lejos de todos ellos y en párrafo aparte, se encuentra un japonés super acelerado llamado Hiroshi. Un hombre mayor, ya retirado, que habla pésimo inglés, casi nulo, pero que intenta arreglar cada conversación con palabras en su idioma y muchas, pero muchas musarañas y gestos. Camina siempre cabeza gacha, muy rápido, hablando sólo en japonés. Su principal interés se encuentra en la comida, tanto en la que prepara como en la que uno cocina; pregunta por cada ingrediente que añado a las ollas y amablemente, va realizando una traducción simultánea a su idioma, a veces con palabras imposibles de repetir, pero entre su chamullado inglés y mi chamullado japonés nos podemos entender bien.



Una noche quiso cocinar, consiguió pescados y lentamente comenzó a filetear la carne para preparar sashimi (pescado crudo, no confundir con el sushi), de vez en cuando comentaba que el cuchillo era muy malo y que en su país los buenos cuestan desde los 2000 dólares. Una vez completado su plato principal, tomó tooooodo el resto que aún quedaba en el pez y fue limpiándolo meticulosamente para preparar una “yapanis sup” , sólo con agua hervida, trozos de pescado (esos que nosotros botamos) y un poco de azúcar; he de confesar que tenía un poco de recelo de esta sopa, pero una vez que la probé mi opinión cambió radicalmente.



Y los rapanuis? se estarán preguntando, pero creo que la respuesta bien merece un capítulo exclusivo, porque si hay alguien que sabe de carretes son estos amantes del mar, ¡¡¡pero les advierto desde ya ,que será SOLO para “personas con criterio formado”!!!. Por mientras, me sacrificaré en pos de una acuciosa investigación, porque para escribir debo conocer, SALUD POR ESO o como se dice acá MANUIA!!.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Hoy hablé con un rey



Salí por un capuccino y terminé escuchando a un hombre sabio, me llevó a miles de lugares y por épocas distintas, hablaba con fechas exactas, mencionando nombres que uno  encuentra en los libros de historia, pero pocas veces a alguien que te diga sin atisbo de soberbia: “Cuando yo estuve con él...”. Este hombre que hoy se sentó en mi mesa, vivió la historia de esta isla en primera persona, en la orilla y en el centro de la escena, fue protagonista y actor de reparto, pero siempre  de una u otra manera, estuvo ahí... y estará en esta  historia casi olvidada de RapaNui.







Me he dado cuenta que la nostalgia de estar lejos de casa la experimento cada vez que anhelo  un rico, dulce y humeante café  compartido con mis amigas, conversando de todo y de nada, de lo mismo y de lo nuevo. Uno de esos días, pero a miles de kms de mi hogar y  sin mis amigas, partí en busca de un capuccino (pero esta vez de máquina) y de la desconexión con la isla. Sentada en el local de “la flaca” no me di cuenta cuando a mi mesa se sentó un hombre mayor, un caballero de edad indescifrable, pero que delataba una edad respetable. Me lo presentaron y con el trote de los caballos que a esa hora son el mejor transporte escolar, sólo sonreí porque nunca escuché quién era, pero no importó  demasiado ya que de inmediato su conversación cautivó, hablaba de qué es ser rapanui, de los difíciles momentos que han vivido como pueblo, de los anhelos de desarrollo dejados de lado por insatisfacción casi genética, de las exigencias sin fundamento de un pequeño grupo que no sabe qué exigir, del poder y de años y años de historia que se pierden, porque la memoria es frágil y más frágil cuando no hay historia escrita y cuando a cada palabra se suman fantásticas realidades que quizás nunca existieron, o tal vez sí, quien puede tener certeza. 




Entre historias, anécdotas, fechas, personajes y situaciones en las que uno dice “Nooo, será cierto o me estará engrupiendo?,  este hombre con la tranquilidad de quien menciona su nombre, mira el horizonte, quizás buscando algún recuerdo perdido y con la vista puesta en la nada  dice: YO SOY REY,  ratificando su palabras con la mano puesta en el corazón. Estas simples tres palabras me remecieron, tanto por la actitud como por su fuerza, porque si bien en la isla uno levanta una piedra y salen 10 ARIKIS (rey de RapaNUI), este hombre hablaba de un poder real, no de coronas y tierras, sino del poder de la sabiduría, de haber aprendido de los más de 80 años de vida mirando el mundo y siendo parte de él, aquí en el ombligo de él y en el mundo más allá del mar.  




 
Al despedirse, recién ahí supe que en mi mesa había estado con el Presidente del Consejo de Ancianos, un encuentro inesperado, cargado de sabiduría y honestidad, un momento mágico que se da en esta isla que si bien no tiene a mis amigas y amigos, ni tampoco un rico café para conversar, si tiene estas conversaciones mágicas  que le dan otro sabor a la vida., no mejor ni peor al cual  estamos acostumbradas, sino distinto y que pocas veces se vuelve a repetir con la misma intensidad de ayer, por eso la moraleja es simplemente  ¡¡¡ CARPE DIEM!!!

jueves, 13 de octubre de 2011

Un aterrizaje distinto: La corona, el silencio y la tortuga.


Hay algo raro en el ambiente, no sé que es exactamente, pero no es lo mismo, algo cambió, el aire se siente distinto, se respira cansancio , los rostros se ven preocupados, más callados, distantes, no sé que será, pero reina un silencio que es ajeno...




Mi inesperado regreso a RapaNui me hizo acreedora de más de un vudú mental por parte de algunos, me convertí por unos instantes en la envidia (espero que sana) de muchos que conocieron esta sorpresiva noticia y también, me hizo acreedora de muchas cosas ricas, mucho cariño y regalitos (lo mejor de las despedidas). Así partí nuevamente a Isla de Pascua, mejor dicho, regresé, volví a un lugar que me maravilló y que no dudo en recomendar ciegamente, pero he de confesar que siempre tuve la duda del ¿cómo será volver?, ¿sonreiré con cada trozo de isla que miro?, ¿me emocionaré de aquella forma indescriptible de la primera vez?, ¿qué si no “vuelvo a sentir esa emoción” que me hizo sonreír desde un alma repleta de felicidad?.  



Con la tranquilidad de quien conoce el camino a casa, tomé maletas, me acomodé en el asiento del avión y respondí con paciencia cada una de las preguntas que mi compañera de vuelo me hacía, me sentí grande, toda una viajera frecuente (aunque en mi cuenta Lanpass sólo tenga 100 puntos)... después de una película, leer La Tercera, escuchar lo último de Ricky Martin y 4 horas y algo más de vuelo, la voz que no tiene rostro anuncia que estamos sobre RapaNui. La primera vez que viajé, deseaba con ansias ver desde las alturas aquel mítico triángulo que sería mi hogar por unos meses, ahora, amablemente me hago a un lado para que mi compañera vea la isla por primera vez, algo imposible porque las nubes, aunque hermosas y casi sacadas de un libro de cuentos, no dejan ver más que a sus hermanas regordetas.

El avión toca tierra, da un salto y la gente aplaude por el exitoso aterrizaje, luego sólo se escucha el recoger de las pertenencias y murmullos en idiomas que no alcanzas a descifrar, se abren las puertas y al fin puedo decir: ¡Volví, Isla de Pascua Aquí estoy!. Tengo corona y collar de flores, un turista me saca fotos, no por lo linda, sino porque soy la única “reina” del lugar y le parece simpático, digno de retratar. Pero algo hay esta vez... no sé que será, pero podría decir que a pesar de tanto revuelo, maletas, turistas, un labrador de la PDI que más que buscar drogas parece jugar con las maletas que giran y giran y nadie las reclama, el ambiente se siente diferente, distante e irreconocible. Será el cansancio, la humedad, las nubes que dicen te voy a mojar con una fresca lluvia?, no sé.






  
Hay revuelo por la llegada de la Esmeralda y un operativo médico, hay alarma por dos temblores que desfiguraron a los isleños, hay lluvia, frío y tardes otoñales, pero no hay... en realidad hay silencio y eso me asombra. Voy a mi lugar preferido, el Pea, y me siento frente al mar, no hay nadie alrededor, estoy completamente sola, a lo lejos veo a unos pescadores en sus botes que van hacia algún lugar, luego... nada, solo las olas y yo. Creo que debo seguir mi camino, disfrutar de este raro y nuevo estado que no vi antes; recojo mis cosas, me limpio la arena y derepente, surge grande, imponente y tranquila, una amigable y hasta diría yo, risueña tortuga. Nada lento, mira al cielo, quizás la nubes negras y cargadas de agua que amenazan nuestro encuentro, es linda, sabia … busco mi cámara y OH, en un segundo se pierde en las profundidades del mar. 







De pie en la orilla del mar, vuelve el silencio, no hay nadie a mi alrededor y comienza a llover, lo mejor es regresar y quizás, otro día nos volvamos a encontrar con mi sabia amiga tortuga en esta playa, que hoy sólo fue para nosotras dos.