jueves, 13 de octubre de 2011

Un aterrizaje distinto: La corona, el silencio y la tortuga.


Hay algo raro en el ambiente, no sé que es exactamente, pero no es lo mismo, algo cambió, el aire se siente distinto, se respira cansancio , los rostros se ven preocupados, más callados, distantes, no sé que será, pero reina un silencio que es ajeno...




Mi inesperado regreso a RapaNui me hizo acreedora de más de un vudú mental por parte de algunos, me convertí por unos instantes en la envidia (espero que sana) de muchos que conocieron esta sorpresiva noticia y también, me hizo acreedora de muchas cosas ricas, mucho cariño y regalitos (lo mejor de las despedidas). Así partí nuevamente a Isla de Pascua, mejor dicho, regresé, volví a un lugar que me maravilló y que no dudo en recomendar ciegamente, pero he de confesar que siempre tuve la duda del ¿cómo será volver?, ¿sonreiré con cada trozo de isla que miro?, ¿me emocionaré de aquella forma indescriptible de la primera vez?, ¿qué si no “vuelvo a sentir esa emoción” que me hizo sonreír desde un alma repleta de felicidad?.  



Con la tranquilidad de quien conoce el camino a casa, tomé maletas, me acomodé en el asiento del avión y respondí con paciencia cada una de las preguntas que mi compañera de vuelo me hacía, me sentí grande, toda una viajera frecuente (aunque en mi cuenta Lanpass sólo tenga 100 puntos)... después de una película, leer La Tercera, escuchar lo último de Ricky Martin y 4 horas y algo más de vuelo, la voz que no tiene rostro anuncia que estamos sobre RapaNui. La primera vez que viajé, deseaba con ansias ver desde las alturas aquel mítico triángulo que sería mi hogar por unos meses, ahora, amablemente me hago a un lado para que mi compañera vea la isla por primera vez, algo imposible porque las nubes, aunque hermosas y casi sacadas de un libro de cuentos, no dejan ver más que a sus hermanas regordetas.

El avión toca tierra, da un salto y la gente aplaude por el exitoso aterrizaje, luego sólo se escucha el recoger de las pertenencias y murmullos en idiomas que no alcanzas a descifrar, se abren las puertas y al fin puedo decir: ¡Volví, Isla de Pascua Aquí estoy!. Tengo corona y collar de flores, un turista me saca fotos, no por lo linda, sino porque soy la única “reina” del lugar y le parece simpático, digno de retratar. Pero algo hay esta vez... no sé que será, pero podría decir que a pesar de tanto revuelo, maletas, turistas, un labrador de la PDI que más que buscar drogas parece jugar con las maletas que giran y giran y nadie las reclama, el ambiente se siente diferente, distante e irreconocible. Será el cansancio, la humedad, las nubes que dicen te voy a mojar con una fresca lluvia?, no sé.






  
Hay revuelo por la llegada de la Esmeralda y un operativo médico, hay alarma por dos temblores que desfiguraron a los isleños, hay lluvia, frío y tardes otoñales, pero no hay... en realidad hay silencio y eso me asombra. Voy a mi lugar preferido, el Pea, y me siento frente al mar, no hay nadie alrededor, estoy completamente sola, a lo lejos veo a unos pescadores en sus botes que van hacia algún lugar, luego... nada, solo las olas y yo. Creo que debo seguir mi camino, disfrutar de este raro y nuevo estado que no vi antes; recojo mis cosas, me limpio la arena y derepente, surge grande, imponente y tranquila, una amigable y hasta diría yo, risueña tortuga. Nada lento, mira al cielo, quizás la nubes negras y cargadas de agua que amenazan nuestro encuentro, es linda, sabia … busco mi cámara y OH, en un segundo se pierde en las profundidades del mar. 







De pie en la orilla del mar, vuelve el silencio, no hay nadie a mi alrededor y comienza a llover, lo mejor es regresar y quizás, otro día nos volvamos a encontrar con mi sabia amiga tortuga en esta playa, que hoy sólo fue para nosotras dos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario