miércoles, 1 de junio de 2011

La belleza de la simpleza cotidiana


Recuerdo que un turista con nacionalidad desconocida, un viajero del mundo, comentó que cuando estuvo en Kenia como voluntario de paz, palpó la pobreza más extrema de toda su vida, con familias que cada día veían morir a un hijo o un padre, comiendo sólo granos junto a sus animales, porque no tenían otra cosa que llevarse al estómago, ni otro lugar dónde hacerlo y, ante esta triste realidad él preguntó si ellos deseaban dejar sus secas tierras y buscar mejores condiciones de vida, la respuesta es increíble “nadie dijo sí”, porque en esa pobreza y en esa simpleza surrealista ellos vivían y amaban, salir de ahí significaba muerte... ellos amaban la belleza de su simpleza cotidiana.




Escuchando y viendo a algunos extranjeros maravillados con la simpleza de la vida fuera de su país, un mundo que es desconocido y misterioso para ellos, porque habla de creencias casi sacadas de enciclopedias, de miradas distintas, de otras realidades, no buenas, ni malas, sólo diferentes y bellas por su simpleza, recordé, mejor dicho, tomé en cuenta mi propio discurso acerca de cómo abordar el turismo en determinados sectores del país: “A los extranjeros -dije- en especial de los países desarrollados, hay que llevarlos al campo, dejarlos en un camino de tierra, ojalá con un poco de barro y para su felicidad máxima, hay que ponerles una vaca que diga mu, con esto van a quedar felices”.


Francés+Leña=Felicidad
  
Estas palabras que parecerán ridículas para algunos, han tomado forma y fondo en Rapa Nui, donde he podido escuchar con vehemencia que los extranjeros (quizás en mayor grado los europeos), son movilizados por una nostalgia por lo dejado, por lo que se perdió en virtud de un desarrollo necesario, pero siempre con un costo. Ellos no buscan grandes ciudades, modernidad, resort all incluided, ellos vienen por la simpleza de un cable de luz, por un camino de tierra, por ver y mostrar a sus hijos que existen animales viviendo libres y no en zoológicos, por comer con la mano y sentir miedo cuando la madre natura dice hoy mando yo. 


Quizás quede corta en mis palabras, pero llega a ser extraño que una mujer de suiza, uno de los países con mejor calidad de vida del mundo, un país rico y estable, al cual muchas veces hemos mirado y admirado por su economía, beneficios sociales y chocolates, te diga “quiero cambiar mi vida, dejar mi país y vivir en Latinoamerica”... perdón, eso es una locura, pensé, pero su respuesta es simple, ella quería vivir acá porque, simplemente, la gente disfrutaba su vida. Otra niña me comentaba que le encantaban los cables de luz y entre más habían en los postes, mucho mejor, porque en su país no hay, todo es pulcro y ordenado y un cable y la oportunidad de poder llevar un recuerdo de él, era una señal de vida.

Tal vez por esto, los paseos realizados en el hostal toman un matiz casi místico para los extranjeros, son una nueva realidad que deben afrontar desde una perspectiva COMPLETAMENTE distinta para su cultura, incluyendo detalles simples y cotidianos como lo son un cuándo y un dónde. Si dices una hora exacta,por ejemplo:las 2.30, ellos están a las 2.29 con sus bolsos y cámaras listas, y a las 2.30 están preguntando a qué hora nos vamos porque YA estamos atrasados, con respecto al dónde vamos, sus caras son muy simpáticas cuando se les dice, “no sabemos todavía, ahí vamos viendo”, esto no lo entienden fácilmente, porque si vamos de paseo deberíamos saber, por lo menos, a dónde y esta incertidumbre se transforma, junto con los otros detalles de una actividad habitual, en un caos difícil de procesar para ellos.


  Pero todo cambia cuando se bajan del auto y ven el mar, y recién ahí comprenden, luego del ¡Uuuuh! qué exclaman, que las olas son muy peligrosas para quien va a pescar y es mejor seguir buscando, descubriendo y disfrutando de las sorpresas que nos otorga la naturaleza, y las indicaciones ambiguas dadas en un comienzo, toman forma en sus mentes, dando paso al goce de cada detalle que se les presenta, como pueden ser las ramas caídas de un árbol que más adelante serán necesarias para prender el fuego, o la vegetación marina que servirá de plato para los pescados o las conchitas que pueden servir para un collar y así, lentamente y al ritmo que impone la naturaleza, van descubriendo y encantándose con todo a su alrededor.




   ¡¡¡Y es eso!!!, la sorpresa de lo cotidiano aquello que los enamora del lugar, aquello que los transporta a dimensiones desconocidas, quizás atesoradas en la niñez, pero hoy sólo son un vago recuerdo. Yo los he visto cuando al recibir una simple caña de pescar, sus caras se transforman a un estado indescriptible para quien no ha estado ahí. 


   ¡Algo tan simple! como una caña de pescar, confeccionada con bambú (donde en un extremo del anzuelo colocas un trozo de pan) y depositadas en sus manos, los empodera de magia, donde la virtud que se les otorga con esta “varita” es la paciencia que deben tener para sentarse frente al mar y esperar en la orilla por horas, soñando que ellos también sacarán el pez más grande de todos, que quizás deberán combatir con este ser sacado de las profundidades del oceáno y, colocando en riesgo sus vidas podrán decir ¡lo logré, tengo mi pez, vamos por el otro!. Su felicidad es tan inmensa, que aunque sea un pez pequeño y los pescadores rapanuis los miren como diciendo: qué tonto el gringo, para ellos nada importa más en ese momento que su pesca,porque ellos también fueron parte viva de la simpleza de esta realidad , de la belleza diariade la gente Rapa Nui y de la cual muy pocos logran ser parte.



  Lo que viene después es puro placer: rica comida saboreada con la mano, devorando todo lo que hay en la mesa de piedra, junto al fuego que cocina lentamente la pesca, quizás, comiendo una rica fruta arrancada de algún árbol hallado camino a la playa, mientras se espera por más y se bebe un rico vino. Sentados en el suelo la mayorías de las veces, otras de pie frente al mar, se comparte la vida, mientras se toman las fotos para el recuerdo y las ropas se llenan de olor a humo y pescado... pero que importa, la ropa se lava y el agua lo limpia todo, pero el recuerdo quedará por siempre y cuando vuelvan al país que nosotros aspiramos ser, ellos sabrán que en un lugar del mundo tocaron la tierra y comieron lo que les brindó la naturaleza... y que hay vidas que no se cambian por nada , porque como los kenianos nos enseñaron: la verdadera vida está en la belleza de la simpleza cotidiana.


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